El maíz (Zea mays) es uno de los cultivos alimentarios más importantes a nivel global, ocupando el primer lugar entre los cereales por volumen de producción. Se siembra ampliamente en América, África, Asia, Europa y Oceanía, adaptándose a climas tropicales y templados. En muchos países en desarrollo constituye un alimento básico, mientras que en naciones industrializadas gran parte del maíz se destina a forraje animal o usos industriales.
Veamos dónde se produce el maíz en el mundo, cuándo se llevan a cabo sus ciclos de cultivo, y cómo son las prácticas agronómicas actuales, con especial énfasis en México, país de origen de este cereal y referente tanto por su diversidad de maíces nativos como por sus sistemas de cultivo tradicionales y modernos.
Distribución global: El maíz se cultiva en prácticamente todas las regiones del mundo aptas para la agricultura. Originario de Mesoamérica, su cultivo se ha expandido a todos los continentes salvo la Antártida.
En la actualidad, América destaca como una de las principales zonas productoras: Estados Unidos es el mayor productor global, concentrando su producción en el “Corn Belt” del Medio Oeste. Brasil, Argentina y México también sobresalen en el continente americano. En Asia, China es otro de los grandes productores mundiales, con amplias áreas maiceras. En África, el maíz es fundamental para la seguridad alimentaria y se cultiva extensamente desde Nigeria y Etiopía hasta Sudáfrica, principalmente en sistemas de temporal (secano). Europa también aporta una considerable producción (especialmente Ucrania, Francia, Rumania e Italia), aunque allí el maíz se emplea mayoritariamente como forraje para ganado estabulado.
En suma, el maíz se ha adaptado a una variedad de entornos geográficos, desde las llanuras templadas con veranos cortos y días largos del norte de Estados Unidos hasta las regiones tropicales de días equinocciales en Centroamérica. Estas diferencias ambientales se reflejan en la productividad: por ejemplo, los rendimientos en América Central y del Sur tienden a ser inferiores a los de Estados Unidos debido principalmente a factores ecológicos y climáticos (menor radiación solar en latitudes tropicales, entre otros).
Principales regiones maiceras: Los mayores productores actuales de maíz son Estados Unidos, China y Brasil, seguidos por Argentina, India, Ucrania, Indonesia y México, entre otros. México en particular ocupa el séptimo lugar mundial en producción de maíz, con unos 27.5 millones de toneladas anuales recientes.
A diferencia de otros grandes productores que se enfocan en maíz amarillo (usado para forraje y usos industriales), México produce principalmente maíz blanco para consumo humano. El cultivo de maíz está tan extendido en México que se siembra en **los 32 estados del país, aunque la producción se concentra en ciertas regiones.
En América del Norte (Estados Unidos y México) y el Cono Sur (Brasil, Argentina), predominan sistemas comerciales de alto rendimiento, mientras que en gran parte de África y América Latina el maíz es cultivado por pequeños agricultores en parcelas de subsistencia.
El maíz es un cultivo de ciclo primavera-verano en la mayor parte del mundo, ya que requiere temperaturas cálidas y ausencia de heladas durante su crecimiento. Las fechas de siembra y cosecha varían según la latitud y las condiciones locales:
Hemisferio Norte: La siembra suele realizarse en la primavera (abril-mayo en zonas templadas), aprovechando el incremento de temperaturas, y la cosecha ocurre a finales de verano u otoño (principalmente en septiembre-octubre) antes de las primeras heladas. Por ejemplo, en el Corn Belt de Estados Unidos el maíz se planta entre abril y mayo y se cosecha de septiembre a noviembre. En regiones tropicales del hemisferio norte (Centroamérica, África del Norte, sur de Asia), pueden existir siembras bimodales ligadas a las temporadas de lluvias.
Hemisferio Sur: La ventana de siembra se da típicamente entre septiembre y enero (primavera-verano austral), dependiendo del inicio de las lluvias, y la cosecha ocurre entre marzo y agosto, antes de la llegada del siguiente invierno. En países como Brasil, el maíz de temporada húmeda se planta hacia septiembre-diciembre y se cosecha en verano (febrero-mayo). Además, en Brasil es común una segunda cosecha anual denominada safrinha (siembra tardía de enero a marzo, tras la cosecha de soya, y recolección en invierno austral).
Zonas tropicales húmedas: Cerca del ecuador, donde no hay heladas, el maíz puede cultivarse en cualquier época del año siempre que haya suficiente humedad; sin embargo, suele sincronizarse con las lluvias. Por ejemplo, en África subsahariana y el sur de Asia, la siembra coincide con la estación monzónica o lluviosa, asegurando el agua necesaria para el crecimiento.
Ciclo de cultivo: La duración del ciclo del maíz (de la siembra a la cosecha) varía según la variedad y el ambiente, típicamente entre 3 y 9 meses. Las variedades de ciclo corto (maíces precoces) pueden estar listas en unos 90 a 120 días en climas cálidos, mientras que maíces tradicionales de ciclo largo en altiplanos fríos pueden tardar hasta 8 meses en madurar.
En términos generales, el maíz pasa por etapas de siembra-germinación, desarrollo vegetativo, floración (aparición de la panoja masculina y luego los estigmas o “cabellitos” de la mazorca femenina) y llenado de grano hasta la madurez. Este ciclo se enmarca en la estación cálida; fuera de ella, las bajas temperaturas detienen el crecimiento. Por ello, la temporalidad maicera está fuertemente definida por el clima estacional de cada región.
La producción de maíz abarca desde sistemas altamente tecnificados de agricultura comercial hasta formas tradicionales de cultivo de subsistencia. A nivel global, las prácticas agronómicas oscilan según factores económicos, tecnológicos y ambientales.
Existen dos modalidades principales de cultivo: de riego (suelo provisto artificialmente de agua) y de temporal o secano (dependiente exclusivamente de la lluvia). En sistemas de riego, el agricultor puede sembrar en fechas más flexibles (incluso contra temporada) al asegurar la humedad del cultivo, logrando por lo general mayores rendimientos.
En el cultivo de temporal, la siembra se realiza en la época de lluvias y el productor debe ajustarse al calendario y cantidad de precipitación de cada año. Globalmente, la mayoría del maíz se siembra en secano, pero las zonas de más alto rendimiento suelen tener riego complementario o lluvias muy confiables.
En la agricultura comercial moderna predomina el uso de semillas híbridas de maíz, desarrolladas por empresas semilleras para obtener alto rendimiento y uniformidad. Estas semillas híbridas, resultado del cruzamiento controlado de líneas parentales, tienen un vigor superior (heterosis) pero no reproducen fielmente sus características en la siguiente generación, por lo que los agricultores deben comprarlas cada ciclo.
Asimismo, en países como Estados Unidos, Brasil, Argentina, Sudáfrica y otros, es común la adopción de variedades genéticamente modificadas (GM) de maíz, resistentes a insectos o herbicidas, lo que facilita el manejo de plagas y malezas. Sin embargo, otras naciones prohíben o limitan el maíz transgénico por precaución ambiental y cultural (un caso notable es México, que en 2025 reformó su Constitución para vetar la siembra de maíz GM y proteger así las variedades nativas como parte de la identidad nacional).
Además de semillas mejoradas, la agricultura intensiva de maíz suele emplear fertilización química (por ejemplo, nitrógeno en forma de urea o UAN, y fósforo en fertilizantes “arrancadores” durante la siembra), control de malezas con herbicidas y maquinaria especializada para siembra y cosecha. Estas tecnologías permiten obtener altos rendimientos (10 a 15 toneladas por hectárea en las mejores condiciones), contrastando con sistemas tradicionales de bajos insumos donde los rendimientos son mucho menores.
En regiones desarrolladas y zonas de agricultura comercial, el maíz se cultiva generalmente en monocultivo a gran escala, con alta mecanización. La preparación del suelo, la siembra con maquinaria de precisión, la aplicación de insumos y la cosecha con combinadas son prácticas estándar en países como Estados Unidos, Canadá, Brasil, Argentina, Ucrania, etc.
En cambio, en muchas zonas de África, Asia y América Latina, el cultivo manual o semimecanizado es la norma: los pequeños agricultores preparan la tierra con arado de tracción animal o mínima labranza, siembran a mano o con sembradoras sencillas, y suelen cosechar manualmente las mazorcas.
Esta disparidad se refleja en la productividad; no obstante, los sistemas tradicionales presentan ventajas como costos menores y adaptación a condiciones locales.
Junto a los modelos industriales de producción, pervive una rica tradición de policultivos con maíz. En Mesoamérica destaca la milpa, un agroecosistema ancestral donde el maíz se siembra asociado con frijol, calabaza y a veces chile, entre otros cultivos. La milpa (un legado de los pueblos mesoamericanos) promueve la diversidad de alimentos y la sostenibilidad del suelo, y aún es practicada por millones de campesinos en México y Centroamérica.
Si bien la Revolución Verde impulsó la sustitución de estos sistemas por monocultivos de alto insumo, la milpa sigue vigente como alternativa ecológica y culturalmente importante.
De forma similar, en África es común intercalar maíz con leguminosas (ej. frijol caupí) para mejorar la dieta y la fertilidad del suelo. Estas prácticas tradicionales suelen usar variedades locales de maíz, guardadas e intercambiadas por los agricultores año tras año, adaptadas a las condiciones específicas de cada microregión.
A grandes rasgos, el “cómo” de la producción de maíz depende de las condiciones socioeconómicas: en entornos de agricultura comercial domina el paquete tecnológico (semilla mejorada, riego, fertilización, maquinaria), mientras que en la agricultura campesina el maíz se integra en esquemas diversificados con énfasis en la resiliencia más que en la productividad máxima. Aun con técnicas muy distintas, ambos enfoques buscan aprovechar el potencial de este cereal versátil.
México merece atención especial por ser tanto centro de origen del maíz como uno de los principales productores actuales. La producción maicera mexicana combina alta diversidad biológica y heterogeneidad de sistemas agrícolas, desde plantíos tradicionales de maíces nativos en laderas hasta operaciones tecnificadas en riego.
El maíz se cultiva en todos los estados de la República Mexicana, reflejando su importancia histórica y cultural en el país. No obstante, la producción comercial se concentra en regiones específicas. Los principales estados productores son Sinaloa, Jalisco, Estado de México, Guanajuato y Michoacán, que en conjunto aportan una proporción significativa de la cosecha nacional. Otras entidades con producción destacada incluyen Chiapas, Chihuahua, Veracruz, Guerrero, Puebla y Sonora.
En términos geográficos, pueden distinguirse tres grandes regiones maiceras en México:
Región Noroeste (Pacífico Norte): Estados como Sinaloa, Sonora y Chihuahua sobresalen por su producción de maíz de otoño-invierno bajo riego. En particular, Sinaloa es el líder nacional en volumen (más de 5 millones de toneladas recientes, aunque fue superado en 2024 por Jalisco) gracias a sus valles irrigados altamente tecnificados. Esta región produce mayoritariamente maíz blanco de alta calidad para consumo humano (tortilla), con rendimientos muy elevados. Sonora, aunque con menor superficie, aporta también un volumen importante (alrededor del 20% de la producción en algunas temporadas) mediante agricultura de riego mecanizada.
Región Centro-Occidente: Comprende estados del Bajío y Altiplano central como Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Estado de México, Puebla, Tlaxcala y Zacatecas, entre otros. Aquí predomina el ciclo de primavera-verano bajo condiciones de temporal, aprovechando las lluvias del verano. Jalisco y Guanajuato, por ejemplo, cuentan con llanuras fértiles donde coexisten productores comerciales (con híbridos y algo de riego de apoyo) y numerosos pequeños productores tradicionales. El Estado de México, Puebla y Tlaxcala, en el altiplano central, tienen una gran cantidad de pequeños campesinos que cultivan maíces criollos en parcelas de temporal. Esta región produce tanto maíz blanco (para alimento humano) como amarillo (una parte se destina a forraje), dependiendo del mercado local. Los rendimientos varían mucho: zonas de buen clima y suelo con prácticas mejoradas pueden lograr 5–8 t/ha, mientras que en laderas o secanos marginales a veces no superan 1–2 t/ha.
Región Sur y Sureste: Incluye estados como Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Veracruz, Tabasco, Campeche y la península de Yucatán. Son áreas donde el maíz es principalmente un cultivo de subsistencia, sembrado por comunidades indígenas y rurales en sistemas tradicionales (milpas). Chiapas y Guerrero, no obstante, aportan volúmenes significativos en la estadística nacional debido a la gran superficie sembrada. En estas zonas, la diversidad genética del maíz es muy alta; los agricultores siembran variedades locales adaptadas a condiciones específicas (desde maíces de altura en las sierras hasta maíces tropicales de ciclo corto en la costa). La producción suele ser de maíz blanco para autoconsumo, aunque en años buenos los excedentes se comercializan en mercados locales. También existen iniciativas de producción comercial en áreas como la planicie costera de Veracruz o la cuenca del Papaloapan, pero en general el sur-sureste se caracteriza más por la agricultura tradicional.
En cuanto a tipos de maíz cultivados en México, se distinguen dos grandes categorías: maíces nativos (criollos) y maíces mejorados (híbridos).
México posee una riqueza excepcional de razas nativas de maíz (se han identificado 64 razas en el país, de las cuales 59 son consideradas originarias de México). Esta diversidad genética se manifiesta en maíces de distintos colores (blancos, amarillos, azules, rojos, negros, pintos), tamaños y adaptaciones ecológicas.
Por ejemplo, razas como Chalqueño y Cónico se siembran en los valles altos centrales, Tuxpeño y Celaya en tierras bajas tropicales, Serrano en sierras, Jala en el occidente, etc. Cada raza criolla está adaptada a nichos particulares de clima, altitud y manejo tradicional, resultado de miles de años de selección campesina. Muchos agricultores siembran una mezcla de variedades locales para diversificar riesgos (por ejemplo, combinando maíz de cinco meses, seis meses y siete meses de maduración, asegurando que pase lo que pase con las lluvias al menos uno prosperará).
Por otro lado, a partir de mediados del siglo XX se han introducido variedades mejoradas (híbridos comerciales) en México, especialmente en zonas de alto potencial agrícola. Los productores medianos y grandes de Sinaloa, Baja California, Chihuahua, Jalisco, etc., siembran principalmente híbridos desarrollados por empresas nacionales o multinacionales, en busca de mayores rendimientos y resistencia a enfermedades.
Sin embargo, la adopción de semilla mejorada entre los pequeños productores ha sido limitada, pues en estados con agricultura más tradicional (por ejemplo, Oaxaca) las semillas híbridas ocupan solo cerca del 8% de la superficie, predominando las semillas nativas guardadas por los propios campesinos.
El gobierno mexicano ha implementado programas para promover el uso de semillas mejoradas y tecnologías (por ejemplo, el programa MasAgro del CIMMYT generó decenas de variedades adaptadas para agricultores de bajos recursos), pero factores logísticos muchas veces limitan la adopción de estos materiales.
Asimismo, es importante destacar que, por política nacional, no está autorizada la siembra de maíz transgénico en México, una decisión orientada a resguardar las razas nativas y la biodiversidad maicera. Por tanto, a diferencia de Estados Unidos o Argentina, en México los productores trabajan solo con maíces convencionales (sean criollos u híbridos, pero no transgénicos).
En términos de destino y uso, México produce mayoritariamente maíz blanco (más del 60% de su producción) destinado al consumo humano directo, principalmente en forma de masa y tortillas. El maíz amarillo, que representa alrededor de un tercio o menos de la producción interna, se emplea en la industria alimentaria y, sobre todo, en la alimentación animal (forrajes, piensos).
Dado que la demanda de maíz amarillo para forraje excede la oferta nacional, México importa grandes volúmenes de maíz amarillo (principalmente de Estados Unidos) cada año. Por eso, uno de los objetivos de política agrícola es aumentar la producción interna de maíz (especialmente blanco) para lograr autosuficiencia en este grano básico.
En México, la producción de maíz se organiza en dos ciclos agrícolas principales cada año, definidos por el régimen de lluvias:
Corresponde a las siembras realizadas aproximadamente de marzo a junio (dependiendo de la región) aprovechando la temporada de lluvias de verano. Este ciclo abarca la mayor parte de la superficie sembrada de maíz del país (alrededor de 70% de la producción típica).
La siembra inicia con las primeras lluvias primaverales: en el centro y sur, suele ocurrir entre abril y junio, mientras que en el norte se puede adelantar a marzo en zonas con riego o humedad residual. Las plantas crecen durante el pico de lluvias (julio-agosto) y la cosecha tiene lugar en el otoño.
En las tierras bajas cálidas, muchas cosechas PV se recogen desde septiembre-octubre; en los valles altos y regiones más frías, la maduración es más tardía y las cosechas se extienden a noviembre e incluso diciembre. De hecho, una parte importante de la cosecha nacional ocurre entre noviembre y enero, al concluir las lluvias.
Los principales estados que producen maíz en el ciclo PV son Jalisco, Estado de México, Michoacán y Chiapas, entre otros. Estos suelen ser cultivos de temporal (salvo casos de riego de auxilio). En el ciclo PV, al depender de la meteorología, hay años en que las siembras se retrasan o reducen si las lluvias llegan tarde o son insuficientes, y también existe riesgo de afectaciones por huracanes o sequías veraniegas.
Es el ciclo complementario, con siembras de octubre a diciembre principalmente, aprovechando tierras con riego durante la estación seca o humedad residual de huracanes otoñales en ciertas costas.
Representa cerca del 30% de la producción nacional en promedio. La siembra ocurre en el otoño (inicios de la estación seca); por ejemplo, en Sinaloa la siembra de maíz de riego comienza típicamente en noviembre, tras prepararse la tierra post-lluvias. El crecimiento abarca los meses invernales con apoyo de riego, y la cosecha se da a finales del invierno o primavera siguiente (principalmente durante abril, mayo y junio).
De hecho, alrededor de una cuarta parte de la producción nacional se cosecha entre mayo y julio, proveniente mayoritariamente de este ciclo OI bajo riego. Los estados líderes en el ciclo OI son Sinaloa, Sonora y Chihuahua, donde la casi totalidad de la superficie de maíz cuenta con sistemas de riego tecnificado. También se siembra algo de maíz OI de temporal en regiones tropicales húmedas (por ejemplo: soconusco de Chiapas, donde las lluvias permiten una cosecha extra sembrando en septiembre para cosechar a inicios de año).
En general, el ciclo OI ofrece rendimientos más altos debido al control hídrico y a temperaturas más frescas en etapas críticas (lo que favorece el llenado de grano); por ejemplo, en Sinaloa los maíces OI superan 10 t/ha en promedio, mientras que en PV bajo temporal los rendimientos nacionales promedian bastante menos. Sin embargo, el costo de producción OI es mayor por el riego y otros insumos.
En síntesis, México aprovecha prácticamente todo el año agrícola para producir maíz en distintos climas: siembras de primavera para cosechas de otoño, y siembras de otoño para cosechas de primavera. Esta dualidad de ciclos, única en pocos países, es posible gracias a la diversidad climática: zonas norteñas con irrigación permiten agricultura invernal, mientras que las lluvias veraniegas abarcan la mayor parte del territorio para la siembra estacional.
La gran extensión y diversidad geográfica de México hacen que el maíz se produzca bajo condiciones climáticas muy variadas. Actualmente se cultiva maíz desde el nivel del mar hasta altitudes superiores a 3,000 metros, en entornos que van desde climas áridos con irrigación hasta regiones muy húmedas tropicales, pasando por climas templados de montaña. Esta plasticidad es posible en parte gracias a la diversidad de razas nativas adaptadas a distintos nichos ecológicos, así como a prácticas de manejo locales.
No obstante, existen requerimientos básicos para el cultivo exitoso de maíz que enmarcan todos esos ambientes. En general, el maíz prospera con temperaturas moderadamente cálidas: estudios agroclimáticos sugieren que las condiciones óptimas oscilan entre 18°C y 24°C de temperatura media durante el ciclo, con una precipitación anual en torno a 700–1300 mm bien distribuida.
En México, muchas regiones cumplen con estas condiciones durante la temporada de lluvias (por ejemplo, el Bajío, con ~800 mm anuales y temperaturas de 20–26°C en verano, es idóneo para maíz).
Por el contrario, heladas o temperaturas por debajo de ~10°C detienen el crecimiento: esto limita el cultivo en invierno a zonas libres de heladas o con riego en periodos cálidos. Exceso de calor (>35°C) combinado con sequía durante etapas críticas (floración y llenado) puede reducir drásticamente los rendimientos o causar pérdidas, como ocurre en veranos muy secos.
En México, el estrés hídrico intermitente es uno de los principales factores que afectan los maizales de temporal; por ello, los agricultores tradicionales suelen preferir variedades tolerantes a la sequía o escalonar siembras.
Por otra parte, los suelos más aptos son los franco-limosos a franco-arcillosos, profundos y bien drenados (valles aluviales como los de Sinaloa o El Bajío son ejemplos de tierras óptimas). Sin embargo, los maíces criollos permiten obtener cosechas modestas incluso en suelos pobres de ladera o zonas muy arenosas, donde variedades comerciales difícilmente prosperarían.
La producción de maíz en México se caracteriza por la coexistencia de sistemas agrícolas muy distintos. Podemos distinguir dos extremos: el modelo convencional intensivo y el modelo tradicional campesino, con muchos matices intermedios.
En las áreas de alto rendimiento (valles irrigados del noroeste, Bajío, etc.), los agricultores suelen emplear un paquete tecnológico completo: labranza mecanizada, uso de tractores y sembradoras de precisión, fertilización química balanceada (basada en análisis de suelo, aplicando nitrógeno, fósforo y otros nutrientes en dosis óptimas), control fitosanitario con agroquímicos (herbicidas para malezas, insecticidas para plagas como el gusano cogollero, fungicidas si es necesario) y variedades híbridas de alto rendimiento.
La siembra en estas zonas suele ser en monocultivo a alta densidad (alrededor de 60,000 a 75,000 plantas por hectárea, con espaciamiento entre surcos de 70–80 cm), frecuentemente mediante siembra directa o con labranza mínima para conservar humedad. Un aspecto clave es la disponibilidad de riego: en Sinaloa, por ejemplo, más del 95% del maíz se siembra bajo riego superficial o por aspersión, lo que permite controlar el calendario de siembra (normalmente en noviembre) y asegurar el agua en todo el ciclo. Gracias a ello, las productividades en estos sistemas modernos son altas (Sinaloa reporta regularmente rendimientos promedio de 10–12 t/ha en maíz blanco de invierno, comparables a los de Iowa o Illinois en Estados Unidos).
Para el manejo de la cosecha, estos productores utilizan cosechadoras mecánicas que desgranan el maíz en campo cuando el grano ha secado a aproximadamente 20% de humedad; luego el grano se seca artificialmente a ~14% para su almacenamiento. La comercialización se integra a mercados nacionales e internacionales, con precios de garantía en el caso del maíz blanco alimentario apoyados por el gobierno.
Contrastando con lo anterior, en vastas zonas rurales de México el maíz se cultiva de forma tradicional. Millones de pequeños productores, a menudo en unidades de menos de 5 hectáreas, siembran maíz de temporal con herramientas manuales o semimanuales. La preparación del terreno puede hacerse con arado de yunta (tracción animal) o incluso a mano mediante coa o azada, especialmente en laderas o terrenos pedregosos.
La siembra tradicional suele ser a “punta de machete” o con coa, haciendo pequeños hoyos donde se depositan 3–5 semillas de maíz nativo junto con frijol o calabaza, replicando el sistema de milpa. No se suele aplicar fertilizante químico por el alto costo; en su lugar, se utiliza en algunos casos abono orgánico (estiercol) o se deja rastrojo para nutrir el suelo. El control de malezas se hace a mano con machete o azadón (la típica “deshierba” o escarda un mes después de la siembra).
Plagas como el gusano cogollero son parcialmente controladas de forma natural (enemigos naturales, prácticas como sembrar temprano para evadir la presión máxima) o con remedios caseros, aunque causan estragos en años severos. Para la cosecha, en estas parcelas, el elote o mazorca se recolecta manualmente. Muchas comunidades acostumbran seleccionar mazorcas de la mejor planta para semilla del próximo año, conservando así sus variedades locales. Tras la cosecha, el maíz se seca al sol en la propia mazorca (tipicamente en trojes o colgado) y se almacena en trojes o sacos para el autoconsumo familiar durante el año.
Entre estos dos polos existen productores intermedios que combinan técnicas. Por ejemplo, un campesino en el Bajío podría usar fertilizante químico y una variedad mejorada proporcionada por un programa gubernamental, pero seguir sembrando con yunta y conservando parte de su grano para autoconsumo. O un productor de la Mixteca Oaxaqueña puede adoptar un sistema de terrazas y rotación con leguminosas apoyado por asesores técnicos, sin dejar de sembrar su maíz criollo.
En años recientes han surgido esfuerzos para difundir tecnologías apropiadas entre los maiceros de pequeña escala: uso de biofertilizantes, policultivos mejorados, control agroecológico de plagas, almacenamiento seguro (silos metálicos) para evitar mermas poscosecha, etc. La diversidad de condiciones en México implica que no hay una receta única, pues el cultivo del maíz en el país es un mix de prácticas que van desde lo ancestral hasta lo vanguardista.
Por último, vale mencionar que la mecanización y las innovaciones también están llegando a nuevas zonas: por ejemplo, en el Bajío y noreste se ha incrementado el uso de sistemas de riego por goteo o aspersión para maíz, agricultura de conservación (labranza cero, uso de coberturas) para conservar suelos en temporal, así como aplicaciones de agricultura de precisión en predios empresariales (monitoreo satelital, drones para fertilización variable, etc.).
México participa en proyectos internacionales de mejoramiento de maíz a través del CIMMYT, enfocados en desarrollar variedades más resilientes al cambio climático (tolerantes a sequía y calor) y mejorar la productividad en sistemas de bajos insumos. Esto refleja cómo el “cómo se cultiva” el maíz en México sigue evolucionando constantemente, tratando de cerrar brechas de rendimiento y hacer más sustentable este cultivo vital.
Fuentes consultadas
El maíz grano es mucho más que un alimento básico: es uno de los pilares estratégicos del sistema agroalimentario mundial. Presente en cadenas productivas tan diversas como la alimentación humana, la nutrición animal, la industria bioenergética y la fabricación de insumos industriales, su importancia trasciende fronteras y sectores.
En la actualidad, el mercado global del maíz enfrenta una confluencia de desafíos sin precedentes: volatilidad climática, tensiones geopolíticas, transformaciones en la demanda, y un escenario comercial cada vez más competitivo.
Aquí te ofrezco un análisis detallado de los retos económicos y comerciales que enfrenta el maíz grano en el mundo, así como las perspectivas para su desarrollo futuro, con especial énfasis en el caso de México, país que combina una profunda herencia cultural maicera con una creciente dependencia del comercio exterior.
El maíz es uno de los commodities agrícolas más producidos y comercializados del mundo, con una producción anual en torno a 1,200 millones de toneladas. Tras un fuerte crecimiento en 2023, se proyecta una ligera contracción de aproximadamente 0.6% en la cosecha 2024/25, reflejo de condiciones climáticas mixtas y ajustes en siembra.
No obstante, el consumo mundial de maíz sigue en ascenso, impulsado por el crecimiento poblacional, el aumento de la clase media (y su demanda de proteína animal) y el uso creciente de biocombustibles como el etanol.
De 1960 a la fecha, el consumo global se ha multiplicado más de seis veces, alcanzando aproximadamente 1,216 millones de toneladas en 2024/25, de las cuales un 60% se destina a alimentación animal (forrajes) y el resto a consumo humano e industrial. Esta fuerte demanda ha llevado a un aumento histórico de los precios en años recientes: tras los máximos registrados a mediados de 2022, los precios internacionales del maíz se relajaron a fines de ese año gracias a la recuperación de cosechas en países clave (Brasil, Estados Unidos) y a factores macroeconómicos como la fortaleza del dólar y menores costos de flete.
Aun así, hacia 2024-2025 los precios se mantienen relativamente altos en términos históricos, apoyados por una oferta exportable más limitada y costos de producción elevados (fertilizantes, energía) que han dado soporte al mercado internacional.
La producción de maíz está altamente concentrada en unos pocos países. Estados Unidos se mantiene como el mayor productor mundial (y tradicionalmente el primer exportador), aportando cerca del 31% de la cosecha global. En la campaña 2024/25 se espera que Estados Unidos produzca alrededor de 377 millones de toneladas (un 3% menos que el ciclo anterior debido a una menor superficie sembrada).
China ocupa el segundo lugar con aproximadamente 292 millones de toneladas (24% de la oferta mundial); aunque es un gigante productor, consume internamente casi todo su maíz y solo importa alrededor de 18–23 millones de toneladas para complementar su demanda.
Brasil se ha consolidado como el tercer productor global con cerca de 112–127 millones de toneladas según las estimaciones de 2023/24. La expansión de su área de siembra y una “safrinha” (segunda cosecha) cada vez mayor le han permitido incrementar su producción, si bien factores climáticos (sequías en algunas regiones) la moderaron en 2024.
Otros productores destacados incluyen a Argentina, cuya producción varía entre 50–59 millones de toneladas en un año normal (pero que cayó drásticamente por sequía a ~41 Mt en 2023), la Unión Europea (~65 Mt proyectados en 2024/25 tras recuperarse de la sequía de 2022), India (~37 Mt) y México (habitualmente 24–27 Mt, aunque en descenso reciente).
En cuanto al comercio, cerca de un 14-15% de la producción mundial de maíz se exporta, y proviene mayormente de unos pocos proveedores clave. Estados Unidos, pese a destinar la mayor parte de su maíz al mercado interno (forraje y etanol), suele exportar entre 50 y 60 millones de toneladas anuales, manteniendo una posición líder en las exportaciones globales.
Brasil ha ganado terreno aceleradamente: gracias a mejoras logísticas e inversión en puertos y ferrocarriles, ha logrado aumentar más de 50% sus envíos por el corredor del Arco Norte amazónico en los últimos años. Este fortalecimiento de su infraestructura exportadora le permitió a Brasil cubrir lagunas en el suministro mundial durante las recientes perturbaciones del mercado, al punto que compite mano a mano con Estados Unidos por el primer lugar en exportaciones de maíz.
Argentina, tradicionalmente otro gran exportador, ha visto mermar su participación debido a las malas cosechas por sequía; no obstante, con la expectativa de mejores lluvias, podría recuperar parte de su cuota si su producción repunta en 2025.
Ucrania era hasta 2021 el cuarto exportador global, pero su capacidad se ha visto gravemente afectada por la guerra: su cosecha 2024/25 se estima en solo 27–28 millones de toneladas (10% menos que el ciclo previo), lo que limita severamente sus exportaciones. De hecho, se proyecta que las ventas externas ucranianas caerán aún más por la combinación de menor producción y las dificultades bélicas, beneficio que aprovecharán proveedores como Estados Unidos para ganar mercado.
En el lado de la demanda, los principales importadores de maíz son países con alta necesidad de forraje o insuficiente producción local. Encabezan la lista México, Japón, la Unión Europea, Corea del Sur, Egipto y varias naciones del sudeste asiático. Cabe destacar el caso de México y el de China, que tras cosechar niveles récord podría reducir sus compras al exterior en 2025. Aún así, China permanece como un comprador importante, dado que su producción sigue siendo ligeramente menor a su consumo interno total (aproximadamente un 6% de déficit).
El mercado internacional del maíz ha estado marcado por shocks geopolíticos y climáticos en los últimos años. La guerra en Ucrania desde 2022 ha sido un factor disruptivo de primer orden: Ucrania y Rusia juntos representaban cerca del 20% de las exportaciones mundiales de maíz antes del conflicto.
Las hostilidades redujeron drásticamente la producción ucraniana y bloquearon sus principales puertos del Mar Negro, generando incertidumbre y alzas de precios en 2022. Si bien un acuerdo internacional permitió reanudar parcialmente los embarques desde puertos ucranianos a partir de la segunda mitad de 2022, éstos nunca recuperaron su volumen pleno, operando aproximadamente al 50% del nivel prebélico.
Rusia suspendió definitivamente dicha “Iniciativa de Granos del Mar Negro” en 2023, volviendo a complicar la salida del grano ucraniano. Como consecuencia, buena parte del maíz de Ucrania debe exportarse vía terrestre o por puertos europeos alternos, encareciendo la logística y ralentizando los envíos. La pérdida del puerto de Nikolayev (que representaba la mitad de la capacidad exportadora ucraniana) obligó al país a depender de puertos pequeños, limitando sus despachos y elevando los costos.
Esta situación ha contribuido a fortalecer los precios internacionales y ha reordenado flujos comerciales: importadores europeos, de Medio Oriente y Norte de África buscaron grano en otros orígenes, mientras que exportadores como Estados Unidos, Brasil y Argentina ocuparon parte del espacio dejado por Ucrania.
El cambio climático es otro factor crítico que ha incidido tanto en la oferta como en la volatilidad de precios. Eventos extremos recientes incluyeron severas sequías en Sudamérica (especialmente Argentina en 2022/23, que recortó su cosecha a casi la mitad de lo normal) y en partes de Estados Unidos durante algunos veranos, así como olas de calor y falta de lluvias en Europa en 2022 que mermaron su producción de maíz ese año.
Por el contrario, en 2023 Estados Unidos logró una altísima productividad por hectárea, y Argentina tuvo cierta recuperación, lo que contribuyó a un panorama de mayor oferta en el ciclo 2023/24.
Los patrones climáticos oscilantes El Niño/La Niña también influyen: se estima que el fenómeno de El Niño surgido en 2024 redujo cosechas en algunas regiones (por ejemplo, en el sureste de África, Malawi enfrentó una caída productiva que disparó sus precios domésticos en 2024/25), mientras que en otras zonas pudo mejorar las lluvias.
La expectativa para 2025 es un retorno a condiciones neutrales que podrían estabilizar los rendimientos agrícolas globales. Aun así, el riesgo climático está siempre presente, y con los cambios meteorológicos cada vez más erráticos, productores y comerciantes deben prepararse para oscilaciones bruscas en la oferta.
Las políticas agrícolas y comerciales de los gobiernos asimismo moldean el entorno del maíz. En años de escasez o encarecimiento, varios países han recurrido a restricciones a las exportaciones para asegurar el abasto interno, por ejemplo, Argentina históricamente aplicó cupos y elevadas retenciones (impuestos) a la exportación de maíz, aunque en 2023 redujo temporalmente algunas de esas retenciones para incentivar las ventas externas pese a la cosecha baja.
Por otro lado, decisiones en las grandes economías pueden tener repercusión global: en Estados Unidos, los subsidios agrícolas y mandatos de etanol garantizan una demanda interna elevada y capacidad productiva estable; pero un cambio de gobierno puede introducir incertidumbre en el comercio internacional.
De hecho, la vuelta de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos en 2025 ha generado expectativa y cautela en los mercados, ante posibles políticas proteccionistas o aranceles a las importaciones que pudiera imponer su administración. En contraste, China ha buscado diversificar sus fuentes de compra de maíz (volteando a proveedores sudamericanos) como estrategia para reducir dependencia del mercado estadounidense.
Asimismo, las normas sanitarias y biotecnológicas impactan el flujo comercial: la aceptación o prohibición de organismos genéticamente modificados (OGM) en distintos países condiciona qué tipo de maíz se puede sembrar o importar (un tema que, como veremos, afecta especialmente a México). Por lo tanto, las decisiones gubernamentales (ya sean acuerdos comerciales, políticas de seguridad alimentaria, subsidios o restricciones) juegan un papel importante en la configuración del mercado maicero.
Por último, la demanda de biocombustibles ha emergido como un factor de peso en el equilibrio oferta-demanda del maíz. Alrededor de un tercio del consumo de maíz en Estados Unidos se destina a la producción de etanol carburante, ligando el destino del grano a los vaivenes del precio del petróleo y a políticas energéticas.
En años de petróleo caro o de impulso a energías renovables, la industria del etanol aumenta su uso de maíz, restando grano disponible para otros usos. Brasil, tradicionalmente productor de etanol de caña de azúcar, también ha incursionado fuertemente en el etanol de maíz: su consumo interno de maíz para biocombustible crece aceleradamente, creando una nueva fuente de demanda que compite con las exportaciones.
Estas tendencias evidencian cómo el maíz se ha tornado no solo un alimento básico, sino también un insumo industrial y energético, con una demanda cada vez más interconectada con otros mercados. A mediano plazo, se espera que el binomio alimentación animal + biocombustibles siga liderando el crecimiento del consumo de maíz a nivel global, sobre todo en economías emergentes.
El cóctel de factores mencionado (conflicto, clima, costos y políticas) ha derivado en alta volatilidad de precios en las últimas campañas. A inicios de 2022, los futuros de maíz en Chicago superaron los 8 dólares por bushel (nivel no visto en una década) tras la invasión rusa a Ucrania y temores de desabasto. Posteriormente, con el acuerdo parcial de exportación ucraniana y una cosecha récord en Brasil, los precios retrocedieron desde esos máximos históricos.
Durante 2023 y comienzos de 2024, el mercado osciló ante señales encontradas: por un lado, se materializaron cosechas abundantes en Estados Uidos y Brasil que ejercieron presión bajista; por otro, la incertidumbre geopolítica, la fortaleza de la demanda y los altos costos de producción mantuvieron un piso alto a las cotizaciones.
En los mercados de futuros, se observó un cambio de sentimiento a fines de 2024: fondos de inversión que estaban en posición vendedora pasaron a tomar posiciones largas alcistas en maíz, anticipando una recuperación de precios. Al cierre de 2024, por ejemplo, los contratos en la bolsa de París (Euronext) reflejaban una tendencia al alza, con el maíz para junio 2025 cotizando en 216.5 € por tonelada, ligeramente por encima de semanas previas.
En Estados Unidos, el Departamento de Agricultura proyectó un precio promedio de aproximadamente 3.90 $/bu para la campaña 2025/26, inferior al de años recientes pero aún relativamente robusto en términos históricos. En suma, si bien los precios internacionales del maíz han bajado de los picos extremos de 2022, permanecen en un rango elevado y sensible a cualquier shock de oferta o demanda.
Un aspecto muchas veces subestimado, pero crucial, son los retos logísticos y de infraestructura en el comercio de maíz. El comercio global de granos depende de una compleja red de puertos, barcos, vías férreas y almacenes. Cualquier cuello de botella puede traducirse en costos adicionales o incluso en la incapacidad de trasladar la oferta a los mercados necesitados.
La guerra en Ucrania evidenció esta vulnerabilidad: con los puertos del Mar Negro parcialmente bloqueados, toneladas de maíz quedaron varadas o debieron transportarse vía terrestre por Europa, saturando fronteras y elevando los fletes.
En otros lugares, fenómenos naturales han interferido con la logística; por ejemplo, las bajantes extremas del río Mississippi en Estados Unidos en 2022 dificultaron el envío de barcazas con maíz desde el cinturón agrícola hacia los puertos del Golfo.
Países exportadores emergentes como Brasil también han enfrentado obstáculos históricos: la distancia desde las áreas de siembra en el centro-oeste brasileño hasta los puertos atlánticos es enorme, y por años la falta de infraestructura encareció sus exportaciones. Sin embargo, en la última década Brasil invirtió fuertemente en mejorar sus rutas de transporte (con nuevos corredores ferroviarios y portuarios hacia el norte amazónico), lo que redujo costos y aceleró los embarques de maíz y soja. Gracias a esto, puertos del norte como Itaqui, Barcarena o Santos hoy manejan una proporción creciente del comercio brasileño de granos.
Aún con estos avances, persisten desafíos como la capacidad de almacenamiento (silos) en los países en desarrollo, la necesidad de más buques graneleros y contener la huella de carbono del transporte.
Para el maíz, un producto de bajo valor unitario pero altísimo volumen, la eficiencia logística es determinante en la competitividad: diferencias de unos cuantos dólares por tonelada en flete pueden hacer que un importador elija maíz de un origen u otro. De cara al futuro, la inversión en infraestructura (puertos más profundos, ferrocarriles, carreteras, centros de acopio) será clave para sostener el crecimiento del comercio maicero y evitar que los cuellos de botella limiten la capacidad de respuesta del sistema alimentario global.
México tiene una relación histórica y cultural profunda con el maíz, cultivo originario de Mesoamérica. A nivel global, México suele ubicarse entre los primeros 10 productores mundiales de maíz, con cosechas recientemente en el rango de 22 a 27 millones de toneladas anuales.
No obstante, su papel en el comercio internacional es atípico: a diferencia de otros grandes productores, México no es un exportador neto, sino uno de los mayores importadores del mundo. Esto se debe a la alta demanda interna del grano (tanto para alimentación humana, principalmente maíz blanco para tortilla, como para forraje y uso industrial, principalmente maíz amarillo para engorde de ganado y producción de almidón/edulcorantes) que excede lo producido localmente.
En 2024, México fue el segundo importador global de maíz, solo detrás de China, con aproximadamente 21.8 millones de toneladas importadas proyectadas para el ciclo 2024/25. Paradójicamente, México es autosuficiente (e incluso excedentario en algunos años) en maíz blanco (el de consumo humano directo), pero tiene un gran déficit en maíz amarillo (usado en alimentos balanceados para animales).
Esta dualidad define sus retos: equilibrar la protección a la producción nacional (especialmente de maíz blanco, crucial para la seguridad alimentaria y la cultura local) con la necesidad de abastecer de grano forrajero barato a su industria pecuaria y otros sectores.
El desafío más evidente para México es su dependencia de importaciones para cubrir casi la mitad de su consumo de maíz. En 2025, se estima que apenas 47% de la demanda total será abastecida por producción interna, marcando el segundo año consecutivo en que el país no logra producir ni la mitad de lo que consume.
Esta realidad contrasta con inicios de siglo: en el año 2000 México producía aproximadamente17.6 Mt y cubría el 77% de su consumo, mientras que ahora, a pesar de producir más volumen (en torno a 21-25 Mt según el año), el crecimiento de la demanda ha superado la oferta local.
Como resultado, las compras al exterior se han disparado: en la primera mitad de 2025, México importó 9.4 millones de toneladas de maíz (blanco y amarillo combinados), el doble de lo que importaba en el mismo lapso de 2015. Gran parte de estas importaciones provienen de Estados Unidos bajo el amparo del T-MEC (Tratado comercial de Norteamérica), lo cual garantiza suministro fluido pero también crea vulnerabilidad ante cualquier tensión comercial o sanitaria con su vecino del norte.
Un segundo gran reto es el estancamiento productivo y los choques climáticos internos. En los últimos años la producción doméstica ha enfrentado adversidades: sequías excepcionales golpearon zonas clave de cultivo. Particularmente, el estado de Sinaloa (tradicionalmente el mayor productor de maíz de México, gracias a su agricultura de riego en ciclo otoño-invierno) sufrió una fuerte escasez de agua.
En el ciclo O-I 2024/25, Sinaloa solo cosechó unas 1.8 millones de toneladas de maíz blanco, una caída del 41% respecto al ciclo previo, debido a reducciones de 25% en el área sembrada y rendimientos mermados en 21% (promedio de 9 t/ha, muy por debajo de lo usual) por la falta de lluvias e infraestructuras hidráulicas vacías. Esta caída dejó un vacío importante en la oferta nacional de maíz blanco.
Si bien otras regiones (Bajío, sureste) aportaron cosechas durante primavera-verano, el total nacional de maíz blanco en 2024 fue apenas 20.6 Mt, varios millones menos que años anteriores. Afortunadamente, esa cantidad aún fue suficiente para el consumo humano interno, pero refleja la fragilidad de la producción ante eventos climáticos.
Adicionalmente, en temporal (siembras de temporal de lluvia, predominantes en el centro y sur del país), muchos pequeños productores han enfrentado variabilidad climática y falta de apoyos técnicos, lo que resulta en rendimientos bajos. México tiene un promedio de rendimiento nacional relativamente modesto (en torno de 3–4 t/ha), muy por debajo de los promedios de Estados Unidos (>10 t/ha) o Brasil (~6 t/ha). Esta brecha de productividad obedece tanto a factores de clima y orografía (no toda la tierra arable mexicana es óptima para maíz de alto rendimiento) como a limitaciones tecnológicas: poca adopción de semillas mejoradas (híbridas de alto rendimiento) en ciertos estratos, escaso riego (solo un 25% de la superficie está irrigada), y limitado acceso a fertilizantes de calidad o mecanización en muchas zonas.
Las políticas públicas agrícolas recientes también han influido en la coyuntura del maíz. El gobierno mexicano ha enarbolado la bandera de la “autosuficiencia alimentaria”, concentrando apoyos en productores de subsistencia y pequeños agricultores (principalmente en el sur-sureste) mediante precios de garantía y subsidios a fertilizantes.
Si bien estas medidas buscan justicia social y mejorar la producción en zonas pobres, líderes del sector señalan que se han descuidado a los productores comerciales de mayor escala (especialmente en el norte), quienes son los que aportan la mayor parte del volumen nacional.
Por ejemplo, programas que antes incentivaban la productividad o aseguraban precios de cobertura para agricultores medianos y grandes han sido reducidos o eliminados, dejando a estados como Sinaloa, Jalisco o Chihuahua con menos herramientas para enfrentar crisis de precios o clima. Esto, sumado a los altos costos de insumos (muchos de los cuales dependen de importaciones, como fertilizantes), ha restado rentabilidad e inversión en el campo maicero comercial.
Otro tema polémico es la postura de México frente a la biotecnología agrícola. Desde 2020, el gobierno anunció la prohibición gradual del maíz genéticamente modificado (OGM) y del herbicida glifosato. En la práctica, México nunca ha permitido la siembra comercial de maíz transgénico en su territorio (para proteger la diversidad de maíces nativos), pero sí importa unos 16-17 millones de toneladas anuales de maíz amarillo estadounidense que es mayoritariamente transgénico.
Las autoridades han reiterado que el maíz OGM para forraje seguirá importándose temporalmente, pero han vetado su uso para consumo humano (masa y tortilla). Esta dualidad ha generado roces con socios comerciales: Estados Unidos y Canadá objetaron la medida por considerarla infundada científicamente y contraria al T-MEC.
A nivel interno, productores y expertos apuntan a la inconsistencia de prohibir la producción doméstica de maíz transgénico (que podría elevar rendimientos) mientras se sigue comprando ese mismo maíz del exterior. “Se habla mucho de autosuficiencia alimentaria, pero... dependemos de Estados Unidos, vamos a consumir lo que Estados Unidos quiera”, criticó un agricultor de Sinaloa, destacando que prohibir la biotecnología en México pone en desventaja a los productores locales frente a los estadounidenses que sí la usan. Este tema sigue en debate, y su desenlace podría impactar el potencial productivo mexicano en el futuro cercano.
Finalmente, existen retos de mercado e infraestructura propios de México. A pesar de ser autosuficiente en maíz blanco a nivel agregado, han ocurrido situaciones de desbalance regional y de precios. Por ejemplo, en 2023-2024 la escasez de maíz blanco en el noroeste contrastó con importaciones inéditas de maíz blanco estadounidense hacia el centro del país. En los primeros seis meses de 2025, México importó 586 mil toneladas de maíz blanco (proveniente de Estados Unidos), un 253% más que el año anterior. Esto sucedió porque muchos molinos y grandes compradores en el centro del país encontraron más barato adquirir maíz importado (ya limpio y envasado) que trasladar el maíz nacional desde Sinaloa.
La logística interna (fletes por camión, almacenamiento) y la política de precios jugaron en contra de los agricultores locales, quienes con menor cosecha esperaban precios altos, pero se toparon con grano importado competitivo. Este episodio evidencia la necesidad de mejoras en la cadena comercial y de transporte interna: contar con mejores redes ferroviarias, reducción de intermediarios y apoyos para que el maíz nacional llegue eficientemente a los mercados de consumo podría disminuir la preferencia por el importado. Asimismo, la inversión en infraestructura de riego es crítica para estabilizar la producción frente a las sequías; sin ella, regiones productivas seguirán vulnerables y la producción total estancada.
A pesar de los desafíos, México cuenta con importantes oportunidades para fortalecer su sector maicero y mejorar su posición en el contexto global.
En primer lugar, existe un amplio margen para incrementar la productividad. Tecnologías disponibles (como semillas híbridas mejoradas adecuadas a distintas regiones, sistemas de siembra de conservación, fertilización balanceada, control integrado de plagas, riego tecnificado por goteo, etc.) podrían elevar sustancialmente los rendimientos en muchas zonas del país.
Incluso sin recurrir a OGM, México podría impulsar programas de mejoramiento genético tradicional y edición genómica (CRISPR) para desarrollar variedades de maíz más resistentes a sequía y plagas, adaptadas a cada región.
Cerrar la brecha de rendimiento respecto a los líderes mundiales permitiría aumentar la producción sin necesidad de expandir fuertemente la superficie (evitando también la presión sobre otros cultivos o ecosistemas).
Otro punto a capitalizar son los nichos de mercado y la diversidad del maíz mexicano. A nivel internacional, México es reconocido por la riqueza de sus variedades nativas de maíz (azul, rojo, púrpura, etc.) y por su maíz blanco de alta calidad para consumo humano. Si bien el país seguirá importando maíz amarillo convencional para forraje, podría a la vez exportar maíces especializados de alto valor: por ejemplo, algunas empresas mexicanas ya exportan harina de maíz nixtamalizado, tortillas gourmet o maíces criollos para restaurantes y consumidores nostálgicos en Estados Unidos, Europa y Asia.
Desarrollar estas cadenas de valor de maíz nativo podría generar ingresos a comunidades rurales y proyectar a México como proveedor de productos únicos que otros grandes productores (enfocados en maíz amarillo estándar) no ofrecen. Asimismo, existe oportunidad en el mercado de productos no transgénicos: dada la creciente segmentación, México podría posicionarse como origen de maíz no-OGM certificado para ciertos países o industrias que lo demanden, aprovechando que por política su grano doméstico es libre de transgénicos.
En términos de políticas, la coyuntura abre la discusión para un replanteamiento del apoyo al campo. El nuevo gobierno podría equilibrar las estrategias, manteniendo el respaldo a pequeños productores (por razones sociales y de preservación cultural del maíz nativo, pero rediseñando incentivos para los productores tecnificados que puedan aumentar rápidamente la producción de maíz amarillo. Esto incluiría reestablecer esquemas de comercialización, coberturas de precio, financiamiento accesible para innovación tecnológica y maquinaria, y seguros catastróficos ante riesgos climáticos.
La colaboración público-privada será esencial: México podría atraer inversiones en almacenamiento, plantas de secado y logística para maíz, de modo que el grano nacional tenga mejor salida al mercado. Igualmente, la coordinación regional (con Estados Unidos y Canadá) en materia fitosanitaria y biotecnológica podría resolver el tema de los OGM mediante soluciones científicamente sólidas que no comprometan ni la biodiversidad mexicana ni el comercio fluido.
Por último, la posición geográfica de México le confiere ventajas que pueden reforzar su posicionamiento global. Estar junto al mayor exportador (Estados Unidos) y al mayor mercado importador (su propia población y la de Norteamérica) le permite jugar un rol estratégico.
Con la tendencia de “nearshoring” y relocalización de cadenas de suministro, México podría fomentar inversiones en agroindustria (por ejemplo, instalaciones de procesamiento de maíz para fabricar alimento balanceado, etanol, bioplásticos o edulcorantes) aprovechando tanto el maíz local como el importado, y reexportar productos de mayor valor agregado.
Asimismo, manteniendo y mejorando su relación comercial bajo el T-MEC, México asegura acceso preferencial al maíz estadounidense cuando lo necesite, actuando casi como una extensión integrada del mercado norteamericano de granos. Este acceso es una oportunidad para la seguridad alimentaria, siempre que se gestione adecuadamente y se minimicen las tensiones (como las actuales en torno a los estándares sanitarios).
Fuentes consultadas
En 2024 la producción de maíz grano en México fue de 24,326,508 toneladas, lo que representó una diferencia de -11.7% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2016, con 28,250,783 toneladas. La producción promedio anual de la última década fue de 26,846,262 toneladas, con una variación interanual promedio de 0.6%.
En 2024 la superficie de maíz grano en México fue de 6,568,036 hectáreas, lo que representó una diferencia de 2.0% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 1994, con 8,193,968 hectáreas. La superficie promedio anual de la última década fue de 6,994,762 hectáreas, con una variación interanual promedio de -0.6%.
En 2024 el rendimiento de maíz grano en México fue de 3.7 toneladas por hectárea, lo que representó una diferencia de -13.5% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2023, con 4.3 toneladas por hectárea. El rendimiento promedio anual de la última década fue de 3.8 toneladas por hectárea, con una variación interanual promedio de 1.4%.
En 2024 el precio de maíz grano en México fue de 5,513 pesos por tonelada, lo que representó una diferencia de -3.8% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2023, con 5,728 pesos por tonelada. El precio promedio anual de la última década fue de 4,476 pesos por toneladas, con una variación interanual promedio de 4.8%.
En 2024 el valor de maíz grano en México fue de 138,310 millones de pesos, lo que representó una diferencia de -19.8% con respecto al año previo. El máximo histórico se alcanzó en 2023, con 172,353 millones de pesos. El valor promedio anual de la última década fue de 124,185 millones de pesos, con una variación interanual promedio de 7.5%.
Jalisco lidera la producción de maíz grano en México, con 3,882,104 toneladas, es decir, el 16.0% del total nacional. Le siguieron Sinaloa con 3,368,657 toneladas y Michoacán con 2,054,937 toneladas, es decir, el 13.8% y el 8.4%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Guanajuato y México.
Chiapas lidera la superficie de maíz grano en México, con 687,364 hectáreas, es decir, el 10.5% del total nacional. Le siguieron Veracruz con 595,614 hectáreas y Jalisco con 533,642 hectáreas, es decir, el 9.1% y el 8.1%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Guerrero y Oaxaca.
Sonora lidera el rendimiento de maíz grano en México, con 11.6 toneladas por hectárea, es decir, 313.8% más que el promedio nacional. Le siguieron Sinaloa con 11.6 toneladas por hectárea y Baja California con 11.0 toneladas por hectárea, es decir, 312.8% y 296.4% sobre el rendimiento nacional, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Jalisco y Baja California Sur.
México lidera el precio de maíz grano en México, con 7,439 pesos por tonelada, es decir, 4.2% más que el promedio nacional. Le siguieron Ciudad de México con 7,389 pesos por tonelada y Quintana Roo con 6,733 pesos por tonelada, es decir, 4.2% y 3.8% sobre el precio nacional, respectivamente. Otros estados relevantes fueron San Luis Potosí y Zacatecas.
Jalisco lidera la producción de maíz grano en México, con 25,444 millones de pesos, es decir, el 18.4% del total nacional. Le siguieron Sinaloa con 15,405 millones de pesos y México con 13,092 millones de pesos, es decir, el 11.1% y el 9.5%, respectivamente. Otros estados relevantes fueron Michoacán y Guanajuato.
En 2023 los meses con mayor producción de maíz grano en México fueron: diciembre con el 26.7%, noviembre con el 17.7% y enero con el 16.3%. Por el contrario, agosto y septiembre fueron los meses que menos aportaron, con 0.8% y 0.7%, respectivamente.
En 2023 los meses con mayor exportación de maíz grano en México fueron: junio con el 29.0%, julio con el 14.9% y noviembre con el 7.1%. Por el contrario, abril y mayo fueron los meses que menos aportaron, con 4.3% y 3.6%, respectivamente.
En 2023 los meses con mayor importación de maíz grano en México fueron: noviembre con el 9.9%, enero con el 9.4% y enero con el 9.4%. Por el contrario, junio y julio fueron los meses que menos aportaron, con 7.1% y 6.2%, respectivamente.
Fuentes consultadas